lunes, 2 de febrero de 2009

Chile tan violentamente amargo


X Fesal Chain, poeta narrador y sociólogo.


A dos años del bicentenario como república, el sabor del fracaso ya se delecta en este país nuestro, de pensamientos, discursos y acciones siempre rodeando los fenómenos, nunca enfrentándose a las cosas y a las relaciones. Llevamos casi 20 años del triunfo del NO y nosotros los muchachos y muchachas de entonces, hoy cuarentones y bordeando la cincuentena, en muy pocos cambios hemos participado o muy pocos hemos visto, para deleitarnos y sonreír junto a las mayorías. Cambiar la vida, transformar el mundo, son frases que nos parecen más de agitación y propaganda pseudo izquierdizante, que realidades posibles o que hayan efectivamente hecho carne en la vida material de los mayoritarios.

Estaba anoche en un no tan viejo restaurante de Santiago, en su último día ya quebrado, caminando entre la pena esbozada de sus trabajadores, escuchando canciones que hablaban de nuevos negreros y de la libertad de los pájaros. Sinceramente, ya no creía ni en las frases moduladas de los cantores “populares” ni en el público emocionado, tan austeramente emperifollado, pero a los que seguramente los aguardaban automóviles modernísimos o lindas casas en barrios bellos y verdes. Confort tristemente construido a contrapelo de lo que alguna vez fueron sus conciencias de justicia social e igualdad, y muy a caballo en el apoyo al “mal menor”, es decir a una concertación libremercadista, pero con un marcado acento de discurso social y de equidad, en nombre claro está, del realismo de hacer una política y una economía en la medida de lo posible.

Es que la izquierda tradicional, tanto adentro como afuera de la concertación, y esto lo digo y escribo a riesgo de parecer anti izquierdista (al parecer sólo mi conciencia sabe y se regocija en la vieja concepción que ser de izquierda es mear en la sopa del rey y no tomarla sentado a la mesa de los gentiles) esta izquierda, es sencilla y llanamente un fraude mayúsculo.

Dirigentes socialdemócratas concertacionistas que asesoran a los grandes conglomerados económicos o son gerentes de los mismos o que defendieron a Pinochet en el exterior. Dirigentes de la izquierda histórica, que van de la mano de la socialdemocracia liberal y de la arrepentida y que mantienen un discurso “crítico” que justamente comparado con sus actos, no hace más que mostrar su incoherencia y su vacuidad de sentido. Estos últimos que dicen defender a los trabajadores de todo Chile, pero a la luz y a la vista de todo Chile fueron capaces de echar a la calle a trabajadores de sus empresas por armar un sindicato y pedir mejoras salariales. Estos últimos dirigiendo el business show de sus candidaturas en las calles de Nueva York, Santiago y de La Habana y que terminará con gran estruendo y fuegos artificiales en un apoyo al Freismo y su liberal populismo de siempre. Todo en nombre de la lucha contra la exclusión y en busca de uno o dos diputadillos que de nada servirán para detener el modelo liberal, sus leyes antipopulares y el bi nominalismo y menos para detener a la neoderecha concertacionista.

Una izquierda socialdemócrata e histórica que hace muchas décadas el pueblo juzga en las urnas como inconsecuente, que se llena la boca con la palabra “pueblo” pero que se sitúa, se refugia y se mezcla con la misma clase política elitista y lejana a las mayorías y que en el fondo cree que las personas del mundo popular y de la clase media empobrecida, son cultural, política y económicamente discapacitadas.

Eso último no se dice tan duramente, sino de manera periférica, como todo lo que se dice en Chile, con metáforas o eufemismos, disfrazándolo con el lenguaje de la sociología. Así el pueblo o la gente como se le viene a decir ahora, “no son aún concientes de su situación en el mundo de las relaciones sociales de producción” o son “carentes de redes sociales, económicas y culturales” o “no tienen las herramientas de acceso a los bienes y servicios de la modernidad” o son “anómicos, (sin medios ni objetivos)” o “tienen desesperanza aprendida, dada sus carentes condiciones materiales de vida”.

Todos conceptos que esencialmente ponen a las mayorías como incapaces de actuar en política, en economía y en la organización social de sus vidas, a menos que sigan a los preclaros dirigentes. La derecha siempre creyó lo mismo pero como una condición natural de las mayorías, la izquierda ahora lo pone como un atributo histórico, pero que en la vida presente no tiene ninguna diferencia. Ahora el pueblo no puede, pero claro que pudo y solo, cuando tuvo que derrotar a la dictadura, para que esta clase política “de izquierda” se subiera al carro de la victoria popular, arriba de sus hombros y capturara el estado o tratara de comer del raspado de la olla.

Ya no es monopolio de la derecha querer ganar dinero y maximizar utilidades, de la socialdemocracia ni hablar, pero también la izquierda histórica lo hace, partidos y dirigentes arman negocios o se asocian a mercaderes con el objetivo superior de la causa popular, claro que la administración y gestión de esos recursos nunca son manejados por simples militantes o el pueblo mismo, ni tampoco se presentan balances públicos de inversiones y gastos a los que se supone son los beneficiarios. Se parecen mucho estos mecanismos de manejo financiero, a los que la misma izquierda critica por parte de los grupos económicos de la derecha en el sistema de AFP. Y que no se me queden en el tintero aquellos personeros que ya sabiendo que en este país el horno no está para bollos, se han dedicado a los negocios pero en ambientes suficientemente protegidos de la libre competencia, que garantizan utilidades sin el riego de las pérdidas del libre mercado que tanto critican.

Ya no es monopolio de la derecha engañar al pueblo, que no es sino decir una cosa y hacer otra. Toda la clase política lo hace y la izquierda en su conjunto que debería tener una solidez y una superioridad moral de hacer lo que dice y piensa, ya hace rato que ha perdido sus cartas de nobleza al respecto y sólo sus muertos, héroes y mártires en la lucha contra el terror fascista quedaron como ejemplo de realización de una vida superior.

Si la izquierda dice que está en contra del estado burgués, no puede contentarse con participar de él, en cargos que no dependan del voto popular, como es el caso de los consejeros regionales. Si la izquierda dice que está contra el sistema neoliberal, no pude aliarse, ni por consideraciones tácticas a los partidos que lo administran y defienden y usar el libre mercado como lo usaría cualquier empresario privado. Y al menos, si hace negocios, los realice con una ética superior al que critica, siendo transparente en el uso de los recursos frente a sus seguidores y en el caso de los empresarios de izquierda que no sólo busquen espacios y ámbitos tan protegidos, que más que empresarios parecen funcionarios de cualquier estado. Si la izquierda dice que defiende a los trabajadores, que al menos respete a los propios cuando luchan por sus derechos y a los órganos del poder del estado que también los defienden como la inspección del trabajo. Si la izquierda habla de democracia en el país que al menos la practique en sus propios conglomerados y comience a usar el voto universal y secreto para elegir a sus dirigentes y para construir sus programas, estrategia y organización. Si la izquierda habla en contra de la corrupción, que vigile muy fuertemente a sus militantes y que siempre castigue el tráfico de influencias, la malversación de fondos o el robo de recursos públicos por parte de esos militantes que dirigen o pertenecen a aquellas instituciones que manejan o reciben dichos recursos. Si la izquierda habla de igualdad, fraternidad y libertad que practique estos valores entre sus compañeros y camaradas y no conforme castas burocráticas que usan cualquier medio para ahogar las disidencias y monopolizar los espacios y las decisiones. Si la izquierda desdeña el dinero como valor universal, que vivan sus dirigentes y militantes de modo austero y levantando los valores de la humildad, la cultura y la sencillez. Si la izquierda quiere transformar el país y el mundo, que al menos sea capaz de transformarse a sí misma y que construya el mundo y el país a imagen y semejanza de sus valores y actos. El listado podría ser más largo y apunta como siempre a la coherencia entre el decir y el hacer. Que esto parezca tarea de santos no es mi culpa, nadie dijo que ser de izquierda de manera genuina, no era un camino difícil y ciertamente más sacrificado que ser de cualquier ideología. Por lo demás, siempre se puede abandonar aquello que no se es capaz de sostener en la práctica, es más honesto que andarlo acomodando a nuestros particulares intereses.

Que la izquierda y el pueblo vuelvan a los valores esenciales de Allende, de Víctor Jara, de Miguel Enríquez, del Ché, por nombrar algunos, que en suma recupere la concepción del hombre nuevo y se reactualice siempre en sus propuestas políticas, económicas y sociales sin dejar atrás los grandes valores de los hombres y mujeres que dieron la vida por sus ideales, es el único camino de reconstrucción de un proyecto vital y de deconstrucción de aquello que hoy campea en la sociedad en su conjunto y también en la izquierda como parte de ella: los disvalores del mercado, del individualismo burgués y pequeño burgués, del oportunismo político, social y económico-laboral, la mentira y el cinismo, para defender privilegios particulares y egoístas y no aquellos que corresponden a las necesidades y sueños de las grandes mayorías.

Esto que escribo, si es leído por la camarilla de siempre, los que viven de la política y se sirven de ella, los que andan vociferando palabras y no actuando como proclaman, será claramente juzgado como un discurso ultraizquierdista extremadamente purista que se sitúa en la vereda del enemigo. Para los demás, la clientela obsecuente, como una posición resentida e ingenua. Los primeros no me interesan, se quienes son y como debemos combatirlos, entre otras cosas con artículos como estos y no escribiendo sobre el sexo de los ángeles. Los últimos me generan un cierto resquemor y una desesperanza. En un país en el que no se dicen las cosas por una seudo madurez y responsabilidad, que no es si no miedo a perder favores, privilegios políticos, fondos públicos, el trabajo o a quedar solo sin redes de apoyo, las voces de los temerosos o acomodados de siempre juzgando aquello que no son capaces de decir y menos de hacer, aunque lo piensen, son el silencio cómplice que permite la existencia de los primeros, su reproducción y dominio. Siempre los dominantes necesitan de sus esbirros.

Cuando los chilenos y chilenas, despierten del sueño abrumador, pierdan el miedo, dejen de apegarse a una falsa seguridad, y especialmente aquellos que se dicen de izquierda asuman su camino y entiendan que éste es de sacrificio y honestidad, cuando comiencen a decir lo que piensan y actúen en consecuencia, sin importarles nada más que los valores superiores de convivencia que desean hacer reales para la sociedad completa, cuando sepan que sólo corriendo riesgos y perdiendo todo aquello que la sociedad burguesa y neoliberal ofrece como cuencas de colores, serán capaces todos y todas de construir un país, desde el esfuerzo y la responsabilidad propia, no perfecto, probablemente más pobre, pero más justo e igualitario y sin el sabor amargo de la violencia sistemática de la dominación de los mediocres, que les roban la libertad y los embaucan con sus discursos falsos, a cambio de las mismas monedas de oro que recibió Judas en su traición. Cuando los chilenos y chilenas de izquierda rompan la brecha entre sus palabras y actos, el pueblo comenzará nuevamente a apoyar el camino que Allende, Víctor, Miguel y el Ché soñaron alguna vez.

Si hay mujeres y hombres que en esencia comparten estas someras reflexiones, no sólo podremos decir que aún tenemos patria ciudadanos, sino que la semilla que plantaran hombres y mujeres sencillas que dieron la vida por las ideas de una izquierda consecuente, no han caído en el desierto, y entonces todavía podremos gritar al viento y al mundo que de verdad vive el sueño, que de verdad sobrevive en nuestros corazones la ansiada revolución y aquel socialismo popular y libertario, compañeros y compañeras tan queridas.

Que el pueblo juzgue mis palabras.